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Wokeismo y cancelación

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 7 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

JUAN PABLO MANSUR

Twitter, además de ser una red social, se ha convertido en un tribunal moral. Un tribunal woke que sentencia siempre con la “cancelación” (lo que sea que eso signifique), y donde las consecuencias son el escarmiento que se deriva de la exposición pública generada por una opinión distinta o un hecho del pasado. Como si todo el mundo fuera perfecto y no se hubiera equivocado en algún punto de su vida por un comentario idiota.

Es evidente que hay que distinguir entre ser cancelado por decir una estupidez y ser cancelado por conductas tipificadas como delito. Lo primero tiene que ver con la corrección política y el discurso. Y sobre lo segundo, hay que decir que las instituciones de justicia y las propias universidades han quedado rebasadas, las redes sociales se han convertido en una herramienta para castigar y quemar públicamente a los agresores sexuales, no merecen menos.

La cancelación por corrección política me parece exagerada e insensata en muchísimos casos. Y esto no sólo es una cuestión de libertad de expresión, va más allá. No hay derecho de réplica porque cierta masa de tuiteros woke y, a veces, el anonimato amparan de forma automática invalidar la opinión de alguien sólo por ser privilegiado, blanco, heterosexual, cisgénero, heteronormado, colonialista, …. (ad Infinitum). Y aunque quizás es común que las personas con estas características emitan comentarios discriminatorios, aquí sí importa quien los dice, sobre todo si se trata de figuras públicas.

Hay políticos, comediantes y periodistas que abiertamente promueven discursos discriminatorios en razón de género, orientación e identidad sexual, clase, raza, o cualquier clivaje. El escarmiento público que reciben estas personas expuestas (personalmente creo que lo merecen) no se equipara con el peligro a la integridad física y verbal que implica la narrativa de discriminación en un país sumamente violento Ellos tienen un grado de responsabilidad mayor sobre los comentarios que emiten, dado que gran parte de su audiencia replica sus opiniones.

Sobre el wokeismo, digamos que existe una guerra cultural de nuestra generación (al menos en Twitter) entre dos bandos: el woke y el anti woke, este último es mucho más heterogéneo que el primero. Pero hay similitudes en ambos grupos, por un lado, hay personas conscientes de su privilegio y que pueden ver a través de su burbuja cuya transparencia aumenta cuando se informan y leen; y, por otro lado, hay gente en ambos bandos que dedica su tiempo a medir con un “privilegiometro” el nivel de validez de un argumento o de una experiencia ajena narrada en redes sociales.

Como si viviéramos en un ambiente polarizado, como si dejáramos de vivir en una democracia donde la gente razonable debe vencer con argumentos y pericia a la gente que dice bestialidades.

Tanto el deliberar como el cancelar tienen sus contras. Lo malo de deliberar es que te topas con gente que no escucha razones y que sólo grita e insulta; lo malo de cancelar es que aparentemente se busca silenciar o callar a alguien, cuando en realidad la gente que cancela se engancha tanto que genera que la opinión ajena (muchas veces discriminatoria) tenga mayor relevancia, exposición e impacto público, justo lo contrario a lo que se buscaba.

Y es que a veces, wokes o antiwokes, asumimos que toda la gente maneja perfectamente los temas de discriminación, derechos humanos, minorías, etc, cuando ni nosotros mismos (mi caso) somos expertos. Por eso considero que deliberar es mejor que cancelar. La deliberación es más productiva, se aprende de ella y se genera memoria e información pública sobre cualquier hecho u opinión, se minimizan los sesgos cognitivos.

Deliberar es mejor que cancelar porque las personas que aún no definen una postura -por dudas o falta de información- pueden ver cómo una persona que discrimina o dice estupideces se contradice a sí misma y pierde contundentemente. Lo que es necesario también es que si la contraparte no escucha ni razona, no merece que le demos mayor relevancia, pues se cancela solita y a sí misma.



 
 
 

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