Los violadores del Olimpo, de agresores sexuales y deportistas
- Subversivo_mx
- 30 nov 2020
- 3 Min. de lectura
Estefanía Porras
Diego Armando Maradona, futbolista, acusado de violencia de género y pedofilia; Kobe Bryant, basquetbolista, acusado de violación; Cristiano Ronaldo, futbolista, acusado de violación; Mike Tyson, boxeador, sentenciado por violación; Caso Arandina, tres futbolistas españoles, sentenciados por violación.
Estos son algunos de los nombres y casos más reconocidos donde hombres pertenecientes al mundo del deporte, cometieron actos de violencia sexual. La lista tan solo en el ámbito deportivo crece si se incorporan las denuncias contra entrenadores de atletas, o bien considerando casos donde la violencia de género es física - incluso feminicida –pero no sexual.
El tema de la violencia sexual perpetrada por personas del ámbito deportivo adquiere relevancia tras la muerte de Maradona que reintrodujo el reconocimiento de los actos de violencia de género cometidos por personajes mitificados en la opinión pública. Ante cualquier denuncia simples seguidores – refiriendo al distanciamiento de la vida cotidiana de los agresores – construyen defensas que se sostienen en los méritos de los deportistas. En automático, la palabra de las víctimas es catalogada como una estrategia para buscar prestigio, desconociendo el tortuoso camino de la denuncia donde, por el contrario, la regla es guardar silencio.
Por principio, el testimonio de quien fue agredida, como en toda legislación sobre violencia sexual, debe de ser verificado por terceros, quienes utilizan parámetros como las lesiones producidas por la resistencia, la presencia de semen, etc. Requisitos fáciles de evitar por los perpetradores –con el uso de condón- o que de no presentarse – como un desgarre vaginal- sirven para culpar a la víctima.
Del caso de Bryant llama la atención que durante el juicio, tanto el sistema de justicia como los medios, dieron una significativa importancia a las evaluaciones médicas que apuntaban que la víctima sostuvo relaciones después de la agresión. Este criterio no verifica lo que hizo Bryant, más bien aplica sobre la víctima un juicio moral donde su vida sexual, incluso después del ataque, sirve para determinar la validez en su relato. ¿Cómo sostiene otro encuentro sexual si fue agredida? se pregunta la lógica patriarcal. Porque una víctima de violencia sexual debe encajar con el rol que se ha diseñado para ella, si quiere ganar en credibilidad.
Este es uno de los episodios del caso que más se recuerdan, olvidando por ejemplo una disculpa hecha por el basquetbolista donde reconoce que los testimonios de la víctima son contundentes en cuanto al no consentimiento, aunque afirmaba que él lo interpretó como un encuentro autorizado. Lo que importó, para la sociedad y los medios, fue que Bryant conservara su reputación pese al “incidente”.
El machismo y la misoginia se extienden a tal punto que nunca se empatiza con la víctima. ¿Cómo es posible que hombres altruistas, catalogados incluso como luchadores sociales se enfrenten a esta realidad? La respuesta es sencilla y difícilmente aceptada. Son hijos sanos del patriarcado. En este orden, la educación en espacios formales e informales apunta a un orden genérico donde los varones son valorados socialmente.
Así, hasta el hombre más precarizado puede ser un agresor dentro del orden sexual y contará con redes que protegerán su derecho a no saber. Cuestionar la veracidad en la defensa del agresor, pone en juego la estructura de desigualdad que privilegia la dominación masculina. Por lo que es más fácil seguir con lo que ya se tenía.
Esta afirmación no encuentra un límite en las personas del espectáculo. Cuando en el día a día una mujer denuncia a una persona común de ejercer violencia sexual, el delito se traduce en una contraposición de tu palabra contra la mía, donde la voz femenina siempre lleva las de perder.
El lugar del relato se vuelve común si se recupera cualquier narrativa de violencia sexual dentro de los hogares. El mismo tío, abuelo, padre, primo o hermano que se muestra cariñoso y responsable ante el resto de la familia, es el mismo que aprovecha el entorno familiar para perpetrar agresiones sexuales contra niñas, niños, adolescentes y mujeres. Pero en la convivencia cotidiana se prefiere ignorar la presencia del depredador. El cuestionamiento vuelve a caer sobre la víctima.
¿Es posible que alguien tan bien conocido y respetado cometa actos de este tipo? Lo es y siempre lo ha sido. La violencia sexual es histórica y ha existido incluso antes de que se considerara un delito. Lo que las sociedades tienen pendiente es reconocer la voz de las víctimas, ya que en sus testimonios se encuentra la gravedad del problema. Tal vez de esta manera podremos ver a los dioses del deporte – y de muchos rubros más- como agresores pese a lo que hayan contribuido en sociedad.
Ningún logro valdrá más que la dignidad individual y colectiva de las mujeres.

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