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VINDICACIÓN DE LO INFORMAL

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 23 jun 2020
  • 3 Min. de lectura

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Estefanía Porras


Las juventudes de todos los tiempos nos hemos enfrentado, sin tregua, al escrutinio de lo formal. Pese a la relación intrínseca entre juventud y rebeldía, esta etapa de la vida humana es la que más obliga a las personas a disciplinarse para encajar en la formalidad. En esa demanda que día a día se dicta por la sociedad a fin de aceptarnos.

Nadie nos prepara para ello. Nos dicen que con los años adquiriremos nuevas responsabilidades, que nuestra libertad será tan amplia como logremos nuestra autonomía, sin quién nos diga qué hacer porque tendremos la madurez necesaria para conducir nuestros años de mayor vitalidad. Pero es mentira. No podemos escapar del escrutinio de lo formal, de ese montón de valores rancios que nuestros padres copiaron a los suyos y nos pasaron como algo heredado.

La formalidad parece ser un criterio de orden universal que determina si una persona alcanzó los requisitos necesarios para ser considerada como adulto respetable (whatever that means).

Con un significado tan gris como el descrito por la RAE, la formalidad exige aptitudes propias de la perfección. La formalidad entonces, es un molde aparentemente prediseñado desde la neutralidad que juzga por igual. En la realidad, no tiene un significado abstracto. La formalidad dependerá de los ojos que miren a quien aspira a tenerla. Entonces esa definición gris se matiza y diversifica sus tonos. Será lo que una persona o grupo entienda por cosas tan poco humanas como la puntualidad, la prudencia, la disciplina, la seriedad, el recato, la elegancia y la pulcritud. Sobre todo, la formalidad será la renuncia a aquello que nos vuelve diversos.

Así todo comportamiento que escape de lo antes descrito, cae en lo informal y pareciera que por añadidura carece de validez. Sin embargo, no todo lo informal es ilegítimo, pese a que la vara de lo formal ha disciplinado hasta los espacios más personales.

Hablemos, por ejemplo, del mundo creado en las redes sociales. De origen, canales de comunicación en el espacio digital que, a la fecha, se han convertido en una extensión de lo que en esencia somos. Un perfil donde frecuentemente vertemos actualizaciones de nuestra cotidianeidad, lugar que la formalidad ha comenzado a domesticar.

Entonces ya no basta que te deshumanices en el espacio público para evitar mostrar tus errores, sino que ahora debes seguir recomendaciones para el manejo de redes sociales. No debes compartir memes, porque podrán juzgar tu madurez basándose en lo que te provoca risas. Si es preciso, despolitízate, no dejes que se enteren qué ideales abanderas, lo pasional te puede restar oportunidades.

Serás formal en la medida que solo publiques cosas muy serias, noticias con fuente verificada. La formalidad acepta como única rúbrica auténtica tu nombre, el del acta. Nada de pseudónimos ni juegos poéticos que alegren tu espíritu. Caer en la formalidad significa transgredir nuestra voluntad para someterla a la que viene de otros.

Por eso debemos comprometernos con la informalidad como un posicionamiento político. Somos por principio una propuesta nueva que no encaja en los modelos que nos asignaron. ¿Por qué debemos adaptarnos a la formalidad de quienes construyeron una sociedad violenta, estructuralmente desigual y poco empática?

Entender así la informalidad es partir de una premisa en que no es preciso desprendernos de lo que nos humaniza para tener valor digno en sociedad. Nuestra juventud implica irreverencia e inmadurez. Lo falible dentro de nuestras decisiones nos da sabiduría, no los años de vida. Las experiencias situadas permiten entender problemáticas con distintos enfoques. Nuestra creatividad propone soluciones.

Defender la informalidad no implica buscar el conformismo ni comportamientos desobligados en los que otros carguen con nuestro futuro. La informalidad es la resistencia a todo lo que lacera y nos vendieron como normal.

La resistencia que las juventudes tenemos es una vindicación de lo informal, una defensa a la autonomía de nuestros cuerpos, a la dignidad fuera de sus parámetros.

La irreverencia es la mejor arma contra la formalidad para regalarnos una vida adulta humanizada, sentida y con aspiraciones desprendidas.


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