Sin fondos para la belleza
- Subversivo_mx

- 14 jul 2020
- 3 Min. de lectura

Por: Estefanía Porras
En días recientes la Comisión de Igualdad y Género ha generado controversia debido a la presentación de una iniciativa para incluir en la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia el término de violencia simbólica o mediática. Dicha iniciativa establece que el Estado no deberá financiar los certámenes de belleza a fin de no reproducir, justificar ni fomentar eventos donde se evalúe a las mujeres a partir de las características de sus cuerpos y otros requisitos estereotipados.
Pero ¿cómo los concursos de belleza reproducen la violencia simbólica? Para comenzar hay que comprender que este tipo de violencia no se expresa de formas tan visibles como la sexual, la física o incluso la económica. En la violencia simbólica caen muchos comportamientos que a lo largo de los años hemos considerado como normales, expectativas aceptadas e incuestionables, donde las personas perdemos la capacidad de decidir y nos predeterminamos por valores sociales. Un ejemplo sencillo sería esperar que, de ley, las mujeres sepan realizar labores domésticas aunque tengan una profesión que las capacite con habilidades y conocimientos ajenos al hogar.
En términos sencillos, la violencia simbólica envía mensajes a las personas sobre las conductas que son válidas acorde a su condición, cuáles le son prohibidas y las consecuencias a las que debe enfrentarse si se sale del molde. En cuestiones de género, la violencia simbólica ha establecido modos sutiles de control que acortan la libertad de las mujeres y que justifican otras formas de violencia que pueden concluir en feminicidios.
A este punto desarrollemos un escenario hipotético: una joven menor de edad caminaba sola en una calle poco transitada y a altas horas, momento en que es violada. Si bien la violencia sexual se ejerció sobre una sola mujer, el mensaje de la violencia simbólica ha llegado a todas las mujeres, feministas o no. Y se traduce como un toque de queda, debido a que existen determinados horarios y espacios donde las mujeres “decentes” no andarán y si lo hacen, no será solas. Hacer lo contrario implica no solo exponerse a una agresión sexual, si no a ser responsabilizadas cuestionando la supuesta decencia que se atribuye a quienes cumplen con el toque de queda.
Ahora sí, vamos a lo que nos toca. El carácter simbólico en los certámenes de belleza es tal porque establecen características para que determinados cuerpos sean considerados valiosos, requisitos que si bien no son explícitos (como pesos o medidas específicas), terminan informando que el resto de los cuerpos, no son válidos para catalogarse como “bellos”. Y es posible problematizar incluso los términos en que se considera esa belleza, debido a que toma como base la cosificación femenina. La presentación de un catálogo de lo más patriarcalmente hermoso (tan solo recordemos que durante el Renacimiento, los cuerpos bellos eran voluptuosos, denostando opulencia y fertilidad).
Otro elemento propio de los certámenes de belleza es que examinan el bagaje cultural de las participantes y aunque este punto podría simular ser un reconocimiento de la capacidad cognitiva de las mujeres, en realidad también tiene un significado misógino. No ocurre en vano, ya que es una clara reproducción la validación masculina, donde las mujeres de entrada no somos consideradas igual de capaces que los hombres.
Sin embargo, esta evaluación sobre el intelecto de las concursantes, busca desmarcar a una mujer de las otras. Lo que ya de por sí es un simbolismo importante. La mujer validada no lo será tan solo por su estética, también precisa tener los conocimientos para estar a la altura de la mirada masculina.
Estos son solo algunos ejemplos de la forma en que los certámenes de belleza reproducen violencia simbólica. Pero el debate general no gira en estos términos. Se realizan defensas descarnadas por estos proyectos, argumentando que si se eliminan se perjudicará el desarrollo profesional de las concursantes. Evidentemente quienes se han posicionado en contra de la iniciativa no han considerado que los concursos de belleza son una de las tantas formas sutiles en que las mujeres somos hipersexualizadas y convertidas en objetos.
La resistencia a cuestionar la naturaleza de estos eventos solo logrará que se sigan destinando esfuerzos a causas equivocadas, cuando bien podría reorientarse dicho financiamiento a promover la participación femenina en la ciencia y en la industria, espacios donde culturalmente se nos ha dicho que nosotras no entramos.






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