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Perdón, raza, por olvidarte

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 13 oct 2020
  • 3 Min. de lectura

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ESTAFANÍA PORRAS


Como era la costumbre en los periodos escolares presenciales, cada año de educación primaria se organizaba un evento sobre el Día de la Raza, celebrando el descubrimiento de América. Sin falta, se dramatizaba la vida de Cristóbal Colón, mezclada con un poco de historia sobre los conflictos en Europa y la necesidad imperante por encontrar nuevas rutas mercantiles. Incluso se memorizaba el nombre de las tres embarcaciones: tal vez ningún infante de México recuerde tan bien otras flotas como a la Niña, la Pinta y la Santa María.

Esta historia se entrelazaba en los libros de texto con el camino ya recorrido por los pueblos originarios y, en lo consecuente, marcaban una ruta a seguir en conjunto, donde la historia de México se definía por la de la conquista y las luchas derivadas de ella. La identidad mexicana se nutrió de ambos elementos, como un collage cultural, donde las imposiciones se hicieron propias y el sincretismo un proceso obligado. Las colonias fueron domesticación cuyo eufemismo se rescata en el orgulloso mestizaje.

Sin embargo, la teoría crítica y los estudios decoloniales han contribuido a cuestionar las narrativas históricas occidentales. En ellas, el paternalismo del invasor se hace visible detrás del aparente progreso exportado. De manera que la razón europea contrapuesta a lo salvaje, sirve como pretexto para no solo conquistar el territorio y recursos del continente, sino también para domesticar el cuerpo y la mente de la población indígena. Contrario a lo que ocurrió en el sur de América, donde se asesinó a la mayoría de los pobladores, en los territorios españoles se apostó por inyectar en la conciencia indígena los valores, el idioma y la religión de España. De esta manera, la población indígena no fue eliminada porque era más útil debido a su fuerza de trabajo.

Esta nueva lectura sobre la historia de la conquista se ha retomado para la reivindicación de los pueblos originarios prevalecientes en el país. Lo anterior, implica por lo menos dos elementos indispensables: la desmitificación de la conquista como un evento positivo en el devenir del país; y el reconocimiento de la autonomía de los pueblos, lo que necesariamente conlleva a ser tomados en cuenta dentro de las decisiones políticas.

En cuanto a la desmitificación de la historia, la resistencia no solo se origina en la clase política, que defiende monumentos y reproduce prácticas colonizadoras, sino también en la sociedad no indígena y, por tanto mestiza. Por otro lado, el segundo de los componentes está lejos de verse satisfecho. Ser reconocidos como actores políticos no es colgarse cintillas ni ropa típica en las giras políticas, aunque el presidente piense lo contrario. Para una participación digna en la vida política del país por principio deben ser escuchados, como no se ha hecho, por ejemplo con el Tren Maya.

Mientras las personas en el poder sigan gobernando desde lo que creen bueno, sin dialogar y atender la diversidad indígena en el país, de nada servirán las reivindicaciones simbólicas como lo es la carta dirigida al Papa. En ella, se solicita una disculpa por lo ocurrido durante la conquista. Si bien, lo anterior marcaría un precedente porque el costo por el genocidio nunca se ha asumido -incluso su fiesta nacional empata con la fecha de arranque para el saqueo y la colonización-, la disculpa en términos reales no dice nada. El mismo Ejército Zapatista de Liberación Nacional ha declarado no necesitar una disculpa de un pasado tan ajeno, cuando el presente no ha logrado hacer justicia.

La disculpa de Andrés Manuel no es para los pueblos indígenas; lo es para los mestizos, quienes no hemos sido ni esto ni aquello, aspirando a una vida exitosa en términos de modernidad y tomando distancia de los pueblos que no son como nosotros, aunque la piel y la historia nos asemeje más a ellos. La disculpa es una formalidad más que una estrategia reivindicativa y ejemplo de ello, es la aceptación total de los protocolos para reunirse con el pontífice. Así, una disculpa no es nada cuando los códigos y prácticas muestran gratitud y observancia, como lo fue la vestimenta de Beatriz Gutiérrez Müller atendiendo al recato religiosamente impuesto sobre las mujeres.

La historia mexicana que camina de la mano con la conquista no es nuestra. Nos pertenece a partir de que iniciamos a contarla lejos de España. Y a quien afirme que nos pertenece, le diré que lo es a medias, pidiendo códices prehispánicos prestados a los museos europeos, a fin de “celebrar” el término de la lucha por la independencia.

¿Cómo es nuestro un referente que no se encuentra en los límites nacionales y qué se negocia con un Estado que prefiere olvidar la violencia sobre un pueblo pero sí preserva su historia como trofeo de guerra?


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