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Narco cultura y violencia en México

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 18 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

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ESTEFANÍA PORRAS


En México el término narco no precisa de explicaciones amplias dentro de lo cotidiano. Es una palabra que, al escucharse, activa marcos de referencia de manera automática. Se piensa en nombres, grupos, entidades federativas y políticos.

La cultura mexicana en el extranjero suele vincularse al narcotráfico, percibiendo al país como inseguro y corrupto. Las noticias diarias y las cifras referentes a los actos delictivos, no dejan mentir. Por lo que la compleja relación entre el narcomenudeo y la violencia se identifica con facilidad, aunque no así con la narco cultura.

En este sentido, la narco cultura no refiere de manera exclusiva a los códigos que los narcotraficantes comparten y que fundan su identidad, incluso entre grupos contrarios. El alcance de la narco cultura es tan amplio que se ha arraigado en las representaciones, los símbolos y las prácticas de todos los mexicanos. Sólo basta con detenernos en los productos de entretenimiento que versan sobre este fenómeno, encontrando desde corridos que exaltan a los principales líderes y sus hazañas, así como libros y series donde se dramatizan las historias de vida.

Estos productos refuerzan en la imaginación social la figura robinhoodesca de quienes participan del narcomenudeo: se precariza más a sectores marginados y se vende como idea de progreso la resistencia al sistema social a partir de la participación en actividades ilícitas. Las narrativas rara vez se preocupan por aterrizar los orígenes de la desigualdad o por explorar escenarios alternativos. Y aunque existen contextos donde no es necesario ver una serie sobre narcos para saber que no hay más que de una sopa, ¿qué ocurre en los sectores relativamente alejados y con opciones?

Participar de manera indirecta en la narco cultura no significa ni apoyarla ni ser causantes directos de los efectos corrosivos que tiene sobre la sociedad. No, no estamos jalando el gatillo, incluso consideramos que la violencia resultante de los conflictos por el tráfico de drogas (y otros delitos) debe de parar. Sin embargo, es preciso reconocer que la socialización de los valores propios del narco conlleva a una normalización que legitima sus acciones. Es decir, justifica su existencia.

Esta relación podemos encontrarla al recuperar los aportes teóricos del politólogo, Johan Galtung, sobre el triángulo de la violencia. Dicho autor realiza una clasificación de la violencia que resulta útil para hablar de la narco cultura y su vínculo con la violencia directa.

De manera que el primer tipo de violencia es la más fácil de reconocer: la directa, visible, lacerante, con víctimas y victimarios reconocibles, indignante. La segunda corresponde a la violencia estructural, aquella donde existen privaciones normalmente atribuidas a la forma en que se organiza una sociedad. Galtung la entiende como una violencia sutil que infringe a miembros de la sociedad daños que podían haberse prevenido. La tercera es la violencia cultural, en ella se condensan todos los valores, elementos simbólicos y prácticas cotidianas que legitiman las otras dos formas de violencia.

Si añadimos el fenómeno del narcotráfico en México a estos conceptos, nos encontramos con un incremento desmedido en la violencia directa, caracterizada por la crueldad y la deshumanización en los conflictos inter-grupos. De la violencia estructural, se identifica una colusión entre el crimen y el Estado, condición que se suma a una desigualdad económica que no da tregua, a servicios públicos ineficientes y a oportunidades de movilidad social regionalmente desiguales.

En lo que respecta a la violencia cultural podemos equipararla a la cultura del narco, donde se romantizan las contribuciones de los grupos delictivos en sus poblados de origen, lugares que “ni el gobierno voltea a ver”. O bien, siguiendo día con día la serie sobre determinado capo, mismo que siempre se acompaña de mujeres hermosas, mujeres que “seguramente están ahí porque quieren, por dinero fácil”, olvidando que ellas son la representación de miles de mujeres que hoy están desaparecidas y que si llegan a volver, lo harán tras ser arrojadas a un río sin vida.

Lo normal de los productos culturales que generamos y aceptamos sobre el narco es su carácter descriptivo, “esto pasa y no más”. Difícilmente se supera el morbo por la opulencia o por los rituales sanguinarios que presentan. La crítica se conserva para la violencia directa. Mientras tanto, si intentamos mirar con otros ojos lo que socialmente validamos, podría conducirnos a valores pacíficos, y como diría Galtung, abandonar una cultura de violencia para transitar hacia una cultura de paz.

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