MARISELA ESCOBEDO. EL NOMBRE QUE NO DEBEMOS OLVIDAR.
- Subversivo_mx

- 20 oct 2020
- 3 Min. de lectura

ESTEFANÍA PORRAS
La historia de Marisela Escobedo Ortiz ha resurgido en la opinión pública gracias al estreno del documental Las tres muertes de Marisela Escobedo dirigido por Carlos Pérez-Osorio. En este largometraje se narran los dos años de lucha de la activista después del feminicidio de su hija, hasta que fue asesinada frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua.
La violencia de género contra las mujeres encuentra su máxima expresión en el feminicidio y en México es la realidad de 10 mujeres al día. Por esto, la vida de Marisela es un reflejo de otras mujeres y sus familias que, a 12 años del feminicidio de Rubí, continúan enfrentándose a la impunidad del Estado.
Con Las tres muertes de Marisela Escobedo no solo se cuenta una historia de amor, como atestiguan algunas de las personas que participan en el video. Inclusive, resumirlo con esas palabras causa escozor. El amor por una persona no debería ejemplificarse y menos construirse a partir de la desolación ante una desaparición, un feminicidio; o frente a instituciones gubernamentales incapaces de impartir justicia. El recordatorio que debemos llevarnos es que la historia de Marisela Escobedo contada en estos términos es una que no debió ocurrir.
Recuperar los hechos entorno a este caso no es para romantizar las acciones de una madre y es importante tenerlo a consideración mientras se mira el documental, ya que es fácil reconocer en ella a nuestras mujeres cercanas –o nosotras mismas- y desear que nunca sea nuestro destino. La empatía es necesaria y los testimonios en viva voz de personas involucradas permiten acompañar a las víctimas, pero es necesario mirar sobre la experiencia situada e identificar la estructura detrás de la vida de Marisela y de Rubí.
Lo que así se nos muestra es la permanencia de omisiones estatales, desde la falta de recursos para prevenir y atender la violencia como la nula voluntad ante el problema. Asimismo, hay una conciencia social que se aferra al olvido. Hemos sido quienes prefieren olvidar una historia que tocó todos los medios nacionales, que recorrió el país. Porque los temas noticiosos pierden vigencia y en el ritmo actual, los rostros y nombres de las mujeres víctimas de violencia son tantos que mirar uno más termina por no decir nada para quien la indiferencia encubre un gran deseo por no saber.
Porque Rubí pudo ser una más. Una joven que se sumaba al fenómeno de Ciudad Juárez que parecía no tener nada que ver con el resto del país. La diferencia es que Marisela y sus redes de apoyo no permitieron que llegara el olvido. Su condición como empresaria fue una herramienta determinante en su lucha porque ante la apatía de la época, solventó por sí misma los costos que implicaba cubrir las deficiencias del sistema de justicia mexicano y exponer los alcances del crimen organizado. Las acciones de Marisela son incuestionables -¿quién podría hacerlo?- y extraordinarias –porque recorrió un camino que en solitario y con un capital considerablemente menor, para otras mujeres ha significado el transitar por la vida-.
Los años y las mujeres organizadas, desde al activismo, la legislación y la academia, han tratado de corregir el andamiaje legal que desde una perspectiva masculina juzgaba los delitos contra las mujeres. Porque lo que no se nombra no existe y aunque las limitantes del paradigma democrático nos indignen, son las leyes y las instituciones de justicia las que deben nombrarlo para poder operarlo. Sin embargo, esto no significa que las únicas vías de acción disponibles sean las formales.
Quienes se complacen de que “esas sí son las formas” porque hay un diálogo visible con las instituciones, solo consideran la resistencia de Marisela ante una justicia fallida sin comprender que en esta historia también está el sustento de la actual polarización en las protestas feministas: las pintas, Okupa en sí misma; las únicas respuestas legítimas cuando ya no hay otras salidas. Porque incluso jugar con las reglas de lo permitido, ya no basta. Porque hasta Marisela marchó desnuda ante la indefensión de un Estado a todas luces machista. Porque se mofó de la clase política. Porque puso en sus manos al feminicida y ni así obtuvo justicia.
La esperanza que hoy se construye también se plasma en este documental. Una vida contada desde la dignidad y no en el espectáculo, se vuelve un consuelo para quienes hoy recorren un camino paralelo a la vida de Marisela Escobedo.






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