Los laberintos de la homofobia
- Subversivo_mx

- 3 ago 2020
- 3 Min. de lectura

EDUARDO PIEDRA
En México la homofobia es un laberinto de ignorancia porque se desconoce las realidades de otres, nos hemos creído la idea de una heterosexualidad universal y ortodoxa. Es un laberinto de miedo porque aterra la sola idea de pensar que un hombre es penetrado por otro hombre y que ello genera placer.
Es – a su vez – un laberinto de opiniones. Todo el tiempo hay gente validando o no, las identidades y orientaciones de terceros: Desde la medicina, la psiquiatría, la biología, el derecho hasta llegar al Estado.
La homofobia es un laberinto de paradojas porque nos incomoda, reprimimos y hasta llegamos a matar la jotería, la lentejuela y la pluma que se ve en antros y calles. Pero disfrutamos de Juan Gabriel, lloramos y llegamos a decir - con bastante animosidad – que queremos a nuestros compadres o amigos después de varios tequilas.
Diría Carlos Monsiváis: “No se concibe un término como homofobia, porque todos, las víctimas incluidas, manifiestan su animosidad hacia los homosexuales. Si todos son homófobos nadie lo es”. Así nos jerarquizamos, eres gay, puto, joto o marica, donde te atraviesa la clase y la raza. No hay escapatoria, señalamos para purificar la culpa de ser señalado.
También es un laberinto histórico pues la construcción de narrativas sociales sobre los homosexuales no es más que historias mitificadas sobre Sor Juana, Emiliano Zapata, el baile de los 41 y un sinfín de referentes históricos o culturales que parecen haber sido borrados.
Aquí, la homofobia es un chiste. Todo el tiempo hay chistes, comentarios, porras a equipos de futbol y expresiones del lenguaje donde la burla es ser débil, amanerado o femenino. Decir PUTO es hablar desde lo cotidiano.
La homofobia es restrictiva, no solo en el lenguaje cuando no hablamos de la transfobia porque es tan compleja para los cerebros mexicanos que se prefiere no tocar, sino porque anula la posibilidad de expresar afecto con otros, porque eso menoscaba la reafirmación de ser mujer o ser hombre en este país.
En ocasiones, también se es mitológica y con ella lo somos las personas de la diferencia sexual. Pues existe la cómica creencia de que se tiene el poder de pervertir, convertir o convencer a otros de “probar” y que les guste, así, la escena de ser sujetos de pecado se reproduce siempre. Somos la Eva contemporánea de la degeneración.
Lo más grave es que la homofobia sí mata. En México se nos asesina, nos arrebatan la dignidad y con ello la vida. Perseguidos, golpeados, marcados, sellados con excremento, descuartizados, cazados, mutilados, violados. Ser homosexual y morir por ello en México es una bajeza, pero también una realidad que es oculta. A los putos, maricas o jotos se les acusa de ser la causa de su propia muerte. La posibilidad latente de ser asesinado es sólo solapada por la capacidad de “ser prudente y no meterse en problemas” ante la mirada constante de una sociedad cuyos estándares morales se ciñen a la heterosexualidad.
En México la homofobia tiene muchos laberintos que parecen jamás terminarse. Hemos buscado adecuarnos a nuestras circunstancias antes que ajustar las circunstancias a nosotros. Tenemos que decirle a la homofobia que está ahí, entre nosotros. No será cosa de un día, hay muchas luchas y muchos caminos que resolver.
Nunca más ignorancia, nunca más miedo, nunca más muerte.







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