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La lógica del despojo

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 28 sept 2020
  • 3 Min. de lectura

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EDUARDO PIEDRA


Zacatecas no sólo es la última entidad federativa del país, sino también un lugar olvidado por todos. No hay Dios ni gobierno que recuerden los desérticos valles de la región. Entre largas carreteras y campos vacíos, la vida reta a la naturaleza configurando los asentamientos humanos que proclaman la identidad del zacatecano, siempre empeñado en mostrarse optimista. Bajo el lema de “El trabajo todo lo vence” los locales reafirman la idea mitológica de la meritocracia y la auto-explotación como parte de su rutina. El zacatecano no descansa, sino se convence a sí mismo de que el lugar donde habita no es tan malo, aunque la evidencia le diga lo contrario.

El estado es rico en metales preciosos, pero eso no se traduce en bonanza económica, pues las mineras se han adueñado de todo. El agua subterránea, terrenos de particulares y hasta la vida de unos cuantos locales hacen del despojo, una realidad. La careta discursiva de los gobiernos busca atraer empresas a cualquier precio con la firme convicción de que eso mejorará las condiciones materiales de los zacatecanos. Y es falso, la vida sigue siendo precaria. El campo como sinónimo de fortaleza también ha sido abandonado. De ser uno de los graneros más importantes del país donde el frijol era moneda de cambio; se transitó a un estado que obliga a sus ciudadanos a salir del país, pues las condiciones económicas son insostenibles. Las implicaciones socioeconómicas que obligan a los zacatecanos a migrar a Estados Unidos son producto de un largo proceso de estancamiento económico que deteriora el mercado de granos y vuelve a la ganadería cada vez menos rentable. El campo no es más de los zacatecanos, es tierra de nadie.

La zona ha sido determinante desde la colonia para comunicar el sur con el norte del país. En el mismo sentido, también resulta útil para que el narcotráfico dispute la geografía del estado y con ello afianzar su mercado de drogas. Son más de diez años que en los que Zacatecas ha experimentado matanzas, desapariciones, balaceras y un sinfín de horrores y desgracias que paulatinamente se han adherido a lo cotidiano. Dado que tampoco entre los carteles del narcotráfico aparece un consenso o negociación Zacatecas se encuentra en llamas y el gobierno no tiene la suficiente fuerza o voluntad para detenerlo. Cada vez más temeroso y pequeño, el Estado termina cediendo el uso de la violencia al narcotráfico.

Hay una lógica de despojo que, como las mineras en el suelo y el narco con las vidas, termina por desarticular el tejido social. En la infancia escuché decir a mis padres que amigos suyos habían sido quemados en ácido, que vecinos habían sido secuestrados y posteriormente asesinados; que conocidos fueron secuestrados, que el narco es sangriento. La crueldad aparece desde la apatía e indiferencia hasta en el placer de quienes ejercen violencia y aniquilan vidas. Los zacatecanos se han enajenado de sí mismos que la paz resulta apenas un recuerdo difuso. Yo, al menos, no tengo recuerdos antes del estado de emergencia que Zacatecas experimenta.

Por si fuera poco, la desconexión que surge entre los ciudadanos de a pie, las víctimas y la clase política zacatecana pronostican una desconfianza en las instituciones a largo plazo. A los zacatecanos les han quitado tanto que no aparece entre sus intereses el bienestar del Estado, pues “el trabajo todo lo vence” y por tanto, es lo único que importa. No hay intensiones claras de nadie para evitar el despojo, no interesan las comunidades explotadas por las mineras, ni el descuido al campo, ni la migración, ni mucho menos el narco y sus víctimas. Zacatecas se cae a pedazos.

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