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GORDOFOBIA

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 24 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

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EDUARDO PIEDRA

Constantemente afianzamos nuestras relaciones sociales a partir de los juicios morales que emitimos de terceros. Es decir, en el transcurso de la historia social se configuran una serie de generalizaciones dicotómicas que devienen en estereotipos cuya funcionalidad reside en normar y clasificar cuerpos, conductas y relaciones. Cuando se da por naturalizada una situación, en automático se deviene un antagónico indeseable, como si una condición dual se tratara. Así, se constituyen las siguientes dicotomías: razón/emoción, normal/anormal, salud/enfermedad, bueno/malo, hombre/mujer, pasivo/activo, objetivo/subjetivo, mente/cuerpo, obeso/delgado.

En el caso del cuerpo, estas clasificaciones son contextuales en tanto están ancladas en la cultura. Es bien sabido que en siglos pasados un cuerpo grande o gordo era visto como extensión de la capacidad económica de alguien, mientras que la delgadez era asociada a pobreza y hambre, la gordura representaba abundancia y poderío económico. Con el pasar de los siglos, las sociedades reconfiguraron las nociones sobre la salud y los cuerpos derivando en una narrativa que estereotipa a los cuerpos obesos.

La explicación sobre el cambio en el significado de ser/estar gordo podría explicarse desde la noción de Biopolítica. El concepto, desarrollado por Michael Foucault, sostiene que con el pasar de los siglos, se constituyó una forma distinta de poder que busca la regulación corporal de las sociedades a partir de dispositivos anclados en los discursos de la medicina, el derecho y la política. Esta reglamentación no sólo se ve con relación al peso, sino con relación a la belleza, al tono de piel o a los rasgos étnicos que son intrínsecos a algunas personas.

La obesidad ahora se asocia a la glotonería, enfermedad (física o mental), el descuido, la fealdad estética y un desorden alimenticio. Mientras que la delgadez se piensa como sinónimo de salud, belleza, disciplina, constancia y amor propio. Así, ambas se encuentran en oposición donde la delgadez mantiene una superioridad de tipo moral que se vuelve aspiracional. La norma es ser delgados o cuando menos hacer lo posible para serlo.

Así, se ha estandarizado el consumo de un modelo de cuerpo que debería corresponderse con una suerte de cánones ideales, inadecuados para la particularidad de cada cuerpo. Con ello aparecen una serie de dispositivos aliados del status quo: los gimnasios, las dietas milagros, intervenciones quirúrgicas, fármacos, suplementos alimenticios e incluso prácticas nocivas como vomitar o ingerir alimentos a medias. Debido a la inadecuación también se mantiene una relación - aunque menos señalada - de trastornos alimenticios como la anorexia y la bulimia, que, vistas como parte de un problema público, tienen una menor condena respecto a la obesidad.

Bajo el pretexto de una epidemia de la obesidad se han agudizado los señalamientos públicos desde las instituciones de salud y el gobierno que recrimina a las personas gordas su incapacidad para mantener un estilo de vida saludable, que, traducido socialmente, representa el despliegue de narrativas que mantienen una patologización hacia los cuerpos obesos.

Dicho fenómeno se le ha denominado gordofobia. Cuyo énfasis se da a partir de la segregación que, en mayor o menor medida, sufren las personas a razón de su peso. Más que un miedo, es posicionamiento desde quienes no son obesos para reafirmar y recordar que su cuerpo es más válido porque se circunscribe a la norma. Lo hacemos todo el tiempo: opinamos sobre cuerpos ajenos, señalamos la poca estética que los cuerpos mantienen, tenemos prejuicios sobre la higiene, hacemos chistes, etc.

La gordofobia resulta problemática porque no establece un diálogo sobre la situación en la que los cuerpos se encuentran, así como menoscaba la libre determinación de los sujetos. Si bien, se concede que en ocasiones la obesidad representa un problema de salud, esto no significa, necesariamente, que las personas con cuerpo diverso no presenten estilos de vida saludable, de hecho, el peso no es el único elemento para hablar de salud, sin embargo, la báscula es la herramienta legítima para criminalizar los cuerpos.

En breve, podría decirse que la solución está en amarse a sí mismos y hacer frente al estigma desde la autoaceptación, el fortalecimiento a la autoestima. Pero la presión social rebasa estas acciones. La apuesta es no sólo encarar la gordofobia desde el amor propio y todo lo del #bodypostive sino desde la exigencia a los medios de comunicación que dejen de replicar cánones de belleza y que representen realidades que sí atraviesan a los sujetos, así como un constante recordatorio a las instituciones de salud para que desbaraten la asociación de esbeltez como sinónimo de salud. Por otro lado, también podría contribuir el modificar las sanciones que sostenemos desde el lenguaje. Fraser como irse como gorda en tobogán, me cae gorda, es un pesado, etc. dan cuenta de la estructura hegemónica que nos constriñe a alabar cuerpos perfectos. Dejar de santificar la perfección podría ser la clave para el desarme de la gordofobia.

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