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El desprendimiento del cuerpo

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 1 sept 2020
  • 3 Min. de lectura

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ANA BELÉN AGUIRRE


Todos o la gran mayoría hemos tenido que pasar por la dolorosa experiencia de perder a un ser querido, personalmente dicha experiencia me ha llevado a desarrollar un alto sentimiento de intriga por la muerte ¿A dónde vamos? ¿Seguimos siendo o dejamos de ser? ¿Y los que nos quedamos?

Los que nos quedamos seguimos aquí claro está, pero ¿en qué condiciones? El duelo es un proceso bastante complejo que actualmente es estudiado por expertos en el tema, pero ¿cómo lo percibimos los simples mortales?

Resulta ser que, según la literatura psicológica, el duelo y la evolución patológica o no de este, dependen de varios factores (o al menos eso se cree, ya que ningún estudio ha podido arrojar conclusiones determinantes), principalmente de la personalidad.

Simultánea a esta, los expertos dicen que también es muy probable que influya el lazo o vínculo que se tuvo con el difunto, el parentesco con el difunto, trastornos mentales preexistentes, experiencias en la infancia, o incluso, el sexo de la persona que se encuentra llevando el duelo.

Investigando las teorías de los duelos que pueden evolucionar patológicamente, me di cuenta de que mi personalidad y conducta al perder a alguien coincidía con una de las descritas, al igual que pude ver reflejada a mi abuela al perder a su esposo, a mi mamá al perder a su papá y a mi amiga al perder a su hermana, en conductas que hemos tendido a romantizar en estos procesos, también he visto reflejado el sentido de muchas tradiciones, costumbres y creencias a las que nos aferramos cuando alguien se va.

Basándome en una de las personalidades que describe la psicología como de “riesgo” para desarrollar un duelo conflictivo o patológico, la denominada de apego ansioso y caracterizada por la ansiedad y poca resistencia a la frustración o decepción, así como a la fuerte fijación al objeto me he puesto a reflexionar sobre el momento (dependiendo el ritual que se desarrolle en cada caso) en el que te despides del cuerpo sin vida, en el que te desprendes física pero no emocionalmente.

Ese acto que a la luz de la razón no tendría mucho sentido, para nuestra cultura y sociedad representa un momento fundamental en nuestro proceso de duelo, representa una manera de poder empezar (y, por ende, concluir) el duelo, de sanar, superar y seguir adelante. Sin embargo, en mi experiencia personal y en ajenas que me han podido compartir, lo que se siente me parece que es básicamente lo que la personalidad de apego ansioso describe: ansiedad, fijación al objeto, (en este caso, la persona difunta) dependencia, frustración, etc.

Entiendo que como seres humanos busquemos desahogar estos sentimientos en un ritual, sin embargo, creo que estamos en una cultura donde no le brindamos el cuidado necesario a lo que significa desprenderse de un cuerpo, dejar de verlo para siempre, dejar de escucharlo y el impacto que esto puede tener en una persona.

Si a lo anterior le sumamos la poca atención que hay a las enfermedades mentales, no nos debe extrañar que gran parte de la población pueda desarrollar un duelo conflictivo y patológico.

Esta reflexión me lleva a las diferentes realidades que existen en nuestro país, donde todos podemos perder a alguien fácilmente por diferentes razones, pero no todos tenemos acceso a la atención a nuestro duelo, que en muchos casos, se mezcla con trastornos preexistentes, no todos tenemos la oportunidad de preocuparnos por nuestro tipo de duelo y cómo afectan nuestras características personales en él, no solo por la desigualdad estructural en la que nos desarrollamos, sino muchas veces también, porque estamos ocupados en hacer justicia por cómo nos arrebatan a nuestros seres queridos.

No todos tenemos las mismas oportunidades frente a una necesidad universal, reflejándose desde cosas más esenciales, hasta otras que no tanto, (o por lo menos así lo pensamos) como lo es en este caso, la salud mental después de una pérdida.

Sobre todo, en estos tiempos donde mucha gente ha perdido la vida, podemos ser más empáticos con los que nos quedamos, y reflexionar sobre nuestros duelos y sobre como pueden ser, también, un privilegio.


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