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El delirio de la productividad

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 3 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

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ESTEFANÍA PORRAS


¿Cuáles son los parámetros con los que medimos el éxito? ¿A partir de qué momento debemos probar que somos personas competentes? ¿Dónde termina la verdadera minoría de edad?

Comenzando por el final, existen diferentes criterios para determinar en qué etapa de la vida humana se encuentra un individuo. Por principio, el desarrollo mismo del organismo da cuenta de la primera transformación. Un crecimiento evidente en términos celulares, acompañados de la maduración sexual y mental. Aquí se establecen los aprendizajes básicos: el fuego quema; cómo se anda en bicicleta; usos y prohibiciones de las groserías; alguna filial religiosa y muy probablemente, ya se ha fijado una tendencia partidista. Sin embargo, la mayoría de edad - ese pase de entrada a la vida civil, sus obligaciones y derechos- se expresa por criterios arbitrarios, diferentes en cada país y que no encuentran en una evidencia física su razón de ser.

Por ambigua que parezca, a partir de esta etapa las decisiones del sujeto van adquiriendo consecuencias cada vez más irrenunciables. Los pasos han de evaluarse en relación a los recorridos que hacen los otros, cercanos o ajenos, pero que sirven como punto de comparación. Entonces, las elecciones serán medidas por terceros que miran de cerca. Aunque ellos no son en sí la autoridad que determina el mérito en la vida de alguien, sí reproducen la glosa que contiene los moldes aspiracionales.

Quizá entendemos que debemos probar cierta validez desde el momento que nos reconocemos como animales en sociedad. La razón irrumpió en la modernidad como medida estándar que fijó sujetos funcionales y sujetos de segunda categoría. Y si bien en los siglos XX y XXI se han visto los frutos de luchas reivindicativas para grupos tratados como marginales, lo cierto es que los mecanismos discriminatorios se han pulido. De manera que encontramos personas racializadas que deambulan con total aceptación en círculos de élite porque han cumplido con los requisitos de la clase a través del mérito. Historias que para enunciarse se adjetivan como “de éxito”, porque de forma implícita se sabe que no son la norma.

Que la aceptación si es que se quiere – y por supuesto que la quieres, ¿por qué buscarías algo diferente al éxito?- resulta del mérito. De conseguir o en su defecto imitar las narrativas de las historias “símbolo”. Buscar la ruta que llevó al protagonista al Edén, pese a compartir con nosotros el mismo lugar marginal dentro de la estructura. La cosa es que nadie cuenta los obstáculos institucionales, los que están en lo cotidiano y que con facilidad distinguen a cuerpos que valen de los que no. Porque los costos en autoestima tampoco son considerados.

En los relatos de éxito y en el delirio de la productividad, a nadie le interesa hacer visible la crueldad con que día a día debe confrontarse un camino ordinario ante las expectativas no cumplidas. No tendrá respuesta si se buscan responsables. El capitalismo; la política; los que nos quieren alienados, queriendo la casa más grande, los artículos más lujosos, el reconocimiento de ajenos y propios. En esta fantasía de progreso, nos gratificamos a expensas de otro, y otros se valúan en comparación a nosotros. Romper con el engranaje del mérito no es sencillo si se vive con el estómago vacío. Para miles de personas en México, las lógicas de superación - por la vía rápida y por la del máximo esfuerzo - son la esperanza de algún día alcanzar el lujo de vivir una vida digna.


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