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Democracia (nunca) asegurada

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 29 jul 2020
  • 3 Min. de lectura

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Por: Juan Pablo Mansur


Crear una nueva narrativa histórica ha sido el objetivo del presidente López Obrador y su gobierno, se trata de construir una realidad mítica a través de la imposición diaria del discurso, la repetición y los símbolos. Una realidad histórica vacía, pues solo existe en la mente de la nueva élite intelectual ligada con el gobierno en turno.

Uno de los primeros objetivos ha sido hacerle creer a las y los mexicanos que la democracia llegó en 2018. Esto es falso, la democracia se ha construido a través de las décadas, la democracia no es resultado de la voluntad de un solo hombre, sino una respuesta y exigencia histórica de los ciudadanos y de los diferentes sectores políticos, económicos, sociales, partidistas y académicos de México. Alguien que fue parte de ello fue el propio López Obrador, quien, aunque no sea el más grande demócrata por no saber aceptar los resultados electorales muchas veces, nunca optó por la vía de la fuerza para hacerse del gobierno.

Para mí, el aspecto más básico y primordial para que una democracia sea tal, es que haya elecciones libres y justas, es decir, que los votos de las personas cuenten. Aunque sea impopular esta opinión, dado que la mapachería electoral del PRI o de otros partidos está en la realidad y el imaginario colectivo, nos hemos deshecho de los fraudes electorales en México.

Una cosa es que haya compra de votos, acarreo y prácticas de ese tipo, y otra cosa muy diferente es que a la autoridad electoral se le caiga el sistema o que desde Gobernación arreglen los resultados. Lo primero debe ser perseguido por una fiscalía electoral que necesita más dientes; lo segundo dejó de existir porque las elecciones son administradas por los propios ciudadanos, cuando son escogidos para dirigir las casillas y se involucran en los consejos del INE. Tampoco quiero decir que todo está hecho, hay muchísimo por hacer y la democracia en un mundo global nunca está asegurada, pero se ha avanzado mucho en elecciones, libertades civiles, derechos humanos, instituciones, etc.

Una de las primeras definiciones sobre democracia que me dieron en la universidad es que, “en un régimen democrático, siempre alguien gana y alguien pierde, el que gana no se lleva todo y el que pierde no lo pierde todo”. Es decir, un partido puede volverlo a intentar y ganar en la siguiente ocasión, y ahí está la clave sobre la importancia de las instituciones: el partido en el poder debe entender que llegará un punto en el que perderá la elección y saldrá del gobierno, entonces, bajo ese supuesto, tendría que respetar y proteger las instituciones para que pueda competir de forma justa cuando se convierta en oposición de nuevo.

Respetar y proteger las instituciones implica no utilizarlas para machacar a la oposición. El ejemplo más visible de esto es cuando un gobierno utiliza las instituciones de justicia, la Fiscalía o el Poder Judicial, para perseguir a la oposición o a las personas que puedan significar una competencia electoral importante para el partido del gobierno. Quien acusa debe ser la Fiscalía, con procesos limpios y conforme a derecho y audiencias públicas, más si se trata de asuntos de interés nacional como lo es la corrupción. Y quien sentencia o castiga es el Poder Judicial. El gobierno si participa en el proceso puede dar pruebas ante un juez, pero no debe incidir ni manchar la tarea de ambas instituciones de justicia, una porque probablemente el caso se caiga por sí mismo, y otra porque en una democracia no se puede ni se debería hacer eso.

Son tiempos de incertidumbre para la democracia. Ya ha empezado la peor crisis económica en México desde hace mucho tiempo, la pandemia parece no ceder, el proceso electoral está por iniciar, el gobierno está interesado en dañar las instituciones y la oposición está minada. Mi opinión sobre el caso Lozoya y compañía es que, por el momento, le está ayudando a López Obrador a fortalecer su discurso (“ya ven, después de tanto tiempo yo tenía razón”) y llegar a las elecciones de 2021. Pero las personas no viven ni comen de discursos, la realidad se impondrá a la narrativa, y estaremos en el peor escenario posible: un gobierno sin respuestas, una oposición perdida, instituciones frágiles y millones de pobres nuevos. El caldo de cultivo perfecto para un régimen autoritario.


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