De asaltos y desigualdad
- Subversivo_mx

- 5 ago 2020
- 2 Min. de lectura

YESSICA CORRAL
Después de ver el video, reacciones y opiniones sobre el asalto en Texcoco, me quedaron muchas reflexiones encontradas, comenzando por el hartazgo social de las personas que nos movemos en transporte público y nos exponemos a eso todos los días, sabiendo que nuestro asalto no será el último ni tampoco se hará justicia. Más allá de que nos despojen de nuestras pertenencias y nos metan un buen susto, estamos ante un riesgo latente de perder nuestra vida también y no hay una estrategia de seguridad efectiva que pueda hacer frente a este delito desde hace décadas, al contrario, pareciera que hay alianzas con la delincuencia porque nuestro aparato de gobierno y social están ya muy dañados.
También me puse a pensar en qué lleva exactamente a las personas a asaltar y ojo, no estoy justificando la delincuencia de ninguna forma. A estas alturas no sé qué tan necesario sea discutir la idea de que, por falta de oportunidades, las personas no tienen de otra más que delinquir, tampoco es válido que diga esto porque hablo desde el privilegio de tener educación y todos los recursos básicos para poder vivir dignamente y mucho más. Es una realidad que, en nuestro país, y muy cerca de los lugares donde habitamos y nos desarrollamos, hay familias en situación de extrema pobreza que no tienen seguridad de poder comer todos los días y pretender que pudiéramos entender esa situación es impensable.
La realidad es que contamos con un gobierno incapaz de garantizar el ejercicio pleno de nuestros derechos fundamentales. No hay un piso mínimo que busque reducir la profunda desigualdad en la que vivimos, tampoco un aparato de seguridad que responda a la vitalidad de la tarea que se realiza y a la profesionalización necesaria o un sistema de justicia que sea efectivo e incorruptible. A esto sumemos que estamos en una crisis por la pandemia, que vino a agudizar la situación de vulnerabilidad de millones y la aspiración de un país menos desigual se hace todavía más lejana.
Otra de mis preocupaciones ante las reacciones de este terrible hecho es la de festejar la violencia y la justicia por propia mano, no solo con esto sino con muchas otras organizaciones comunitarias que se dedican a ello, porque el Estado ha fallado en la misión de brindarnos paz y seguridad. Vivimos en un país donde el derrame de sangre no se detiene, pero festejarlo tampoco es el camino correcto, ni a lo que deberíamos aspirar para obtener un poco de justicia o desahogo ante el hartazgo.
Sin duda vivimos una realidad que se complica más día con día y a la que hay que reflexionar con matices, pero me quedo con dos puntos que hay que discutir con mayor profundidad en todos los entornos posibles: la NO normalización de la violencia y los medios democráticos para exigir la garantía de derechos fundamentales enfocados en la disminución de la desigualdad.







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