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¿Cómo se dice Comunidad o Red LGBT?

  • Foto del escritor: Subversivo_mx
    Subversivo_mx
  • 16 nov 2020
  • 4 Min. de lectura


EDUARDO PIEDRA


Hace un par de semanas apareció un debate en redes sociales – puntualmente – en Twitter sobre sí realmente existía algo llamado comunidad LGBT. Las razones de quienes negaban la existencia de tal grupo versaban sobre las constantes situaciones de acoso, bufe, desprecio, shade y poca lealtad entre la disidencia. ¿De qué comunidad hablan? Sí fulanito me barrió en la calle; y zutanito expuso mis fotos íntimas; manganita acosa chavitas cuando está borracha; perenganito siempre toca hombres en el antro.

Comentarios de ese tipo intentaban ser abatidos por otras personas cuyo razonamiento invitaba a la cohesión mediante testimonios que hablaban de gente que sí ha encontrado compañía, cobijo, respaldo e incluso vocación – con aquello del activismo – Gracias a la comunidad es que hoy estoy vivo; la comunidad me ha defendido de discriminación; en la comunidad he encontrado amigues.

El debate no es nada nuevo. De hecho, podría afirmar que es estéril. Desde su concepción, las movilizaciones de las disidencias sexuales no han sido homogéneas en ningún sentido: Ni en visibilidad, empatía, disputas ganadas, inclusión entre otras cosas. Es sabido que, lamentablemente, la letra G tiene mayor visibilidad que las otras. Ser hombre o pasar por masculino sí representa un beneficio respecto a la L, B o T. O que ser parte de la disidencia no significa, necesariamente, estar libre de sexismo, machismo, misoginia o LGBTfobia.

Pero: ¿Qué es una comunidad? Es una interrogante que lleva años en la filosofía y en las ciencias sociales. Puntualmente es un tema central de la filosofía política. Se discute mucho su relación con el Estado, ya que este es una comunidad política que lo fundamenta[1]. Bajo esta idea, la comunidad es un grupo de personas que detenta la preservación de un orden legal y social que permite una forma colectiva de existencia. Por otro lado, las acepciones más culturales señalan que esta se refiere a la congregación de individuos en torno a un patrimonio en común: valores, virtudes, normas, códigos y un largo etcétera. Eso representa la posibilidad de justificación sobre la diferenciación entre grupos sociales.[2]

En ambas nociones, la comunidad es un ente que se modifica a lo largo del tiempo, se abre o cierra para darle paso a más individuos y, además, permite discutir la posición pública o privada de los sujetos. Es, pues, en estricto sentido, una forma de organización social que proyecta consensos, aspiraciones, acciones y emociones.

No obstante, las personas de la diversidad sexual no representan, en estricto sentido, una noción clara sobre lo que se supone una comunidad. Por un lado, no somos una comunidad política homogénea, no existe una reglamentación que garantice nuestra preservación y, definitivamente, no somos un Estado; Por otro, tenemos códigos, lenguaje, valores, creencias y rituales que culturalmente nos diferenciaban de lo otro: la heterosexualidad. Pero, con el paso del tiempo, la propiedad cultural LGBT se ha sido expandiendo y utilizado por otras personas. ¿Es malo? No necesariamente. Cada vez más personas pueden mostrarse empáticas luego de conocer y aprender sobre los productos culturales que ofrecemos al mundo.

La disidencia sexual no es una comunidad no sólo por la ausencia de cohesión política en los intereses, sino porque la barrera cultural que nos definía ha sido rota, ya no existe ese submundo subversivo que nos distinguía. La “democratización” de lo culturalmente nuestro ha puesto en duda las condiciones sociales que nos constituye como una comunidad.

¿Entonces qué somos? Para empezar, la disidencia está llena de disidentes que no siempre establecen consensos. Hay tareas pendientes sobre qué demandas van, sobre qué conductas erradicar y sobre a quién reivindicar históricamente y sobre cómo establecer lazos sociales entre nosotros y los de afuera (de nuevo los heterosexuales).

Con todo, también es importante entender que existen condiciones socioeconómicas, geográficas y políticas que no colocan a la disidencia en las mismas posiciones o con las mismas aspiraciones. No toda la disidencia quiere ser activista (participar activamente en la política), casarse, adoptar, intervenir el cuerpo, etc. En este sentido, creería más conveniente apostarle a cuestionar la validez del concepto comunidad y, tal vez, sustituirlo por el concepto de “Red LGBT”.

Digo esto, porque una red tiene una dimensión política – prescindible – de agentes que socializan de manera interconectada y que intercambian recursos (poder, información y contactos entre otros).[3]

Bajo este concepto, se tiene una mayor comprensión de la dimensión política, muy encaminada al activismo, donde no existe una obligatoriedad por serlo, sino que tal dimensión puede ser reducida únicamente a simpatizar, divulgar o apoyar alguna demanda que existiera sin olvidar la producción cultural pues se conserva el carácter colectivo. Así como el reconocimiento de plataformas digitales para una rápida socialización. A estas alturas de la vida la exposición de personas LBGT en redes sociales y su socialización ha escalado mucho, más que las reuniones en cafés o cualquier otro espacio. También reconoce la capacidad del intercambio y producción de recursos que, significaría, una mayor precisión respecto a las aportaciones culturales que se han hecho.

Por si fuera poco, el concepto de “Red” permite una amplia contextualización sobre la posición que algunas disidencias tienen respecto al acceso al poder en términos reales o una compresión mayúscula sobre los motivos de las conductas que suelen ser indeseables. Con la misma lógica, se reconoce la diversidad que existe en la sociedad civil LGBT que no siempre se ha asociado a ser parte de la comunidad LGBT. Con el cambio de nombre, se apremiaría la labor que colectivos, sociedades, grupos de autoayuda y demás agrupaciones realizan.

En este sentido, no, no hay una comunidad LGBT porque el concepto resulta poco vigente y atractivo para la disidencia sexual. Las condiciones sociales están siendo modificadas constantemente al igual que los sujetos y su cultura. Remitirse al concepto de comunidad implica un desconocimiento del proceso de democratización cultural que experimentamos en los últimos años. Gracias a ese proceso es que las dragas son consumidas, que nuestro caló es de uso común, que las marchas del orgullo se han vuelto un lugar de liberación antes que una manifestación. Apostarle al concepto de Red LGBT permite una comprensión holística sobre las posiciones de quienes son disidentes y una mayor pauta a la libertad.

No somos una comunidad, pero seguimos juntes.


[1] Flores Rentería, Joel. (2016). Comunidad y violencia. Política y cultura, [2] Charles Taylor (1993) El multiculturalismo y la política del reconocimiento, [3] Amivael, C. (2010). La Redes de Políticas Públicas: Presumiendo su Cualidad Explicativa y Reconociendo las Relaciones de Poder a su Interior


 
 
 

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